ACEITE DE LINAZA

El procedimiento habitual en los textos para artistas consiste en agrupar obras en torno a su autor, y a autores en torno a alguna corriente de época. Proviene de la historia. Esto proporciona poco más que la insustancial satisfacción de aparentes sistemas causales. Tratándose de autores españoles los síntomas de la metástasis de complejo hace necesaria la búsqueda de un modelo que justifique la existencia.

La mejor manera de contemplar la pintura sería no sintetizarlo todo en función de lo que ya existe. Si lo que se hace es desplegar unas junto a otras las singularidades- en lo que el autor no se repite diez veces y la época mil- se obtendría la curva límite de nuestros sentimientos e ideas, la línea de conexión de los puntos finales de todos los caminos, donde se cortan frente a lo que aún no se ha dado. De esa manera habría desplazamientos en diversas escalas de rangos, y me parece que en conjunto se alcanzaría el único modo de observación cuya sistemática es verdaderamente instrumento de una voluntad de progreso.

Así visto es comprensible, pues se trata de la transposición a otro lugar de rutinas de pensamiento, que como forma es más simple.

Podíamos mirar la pintura de Javier como un lugar común , para así contextualizarla, que va desde el propio asunto de la pintura hasta el ensamblaje de fragmentos aumentados. Pero creo que nos podemos permitir, por su propio trabajo, no atenernos a modelos y ver su trabajo de forma singular. Sencillamente la forma que tiene de articular la pintura.

Lo que ha sido articulado debe ser ensamblado. Un cuadro tiene dos grandes formas de ensamblaje, la repetición y el relato. Cuando me siento frente a un cuadro de Javier encuentro que articula una suerte de repetición con un relato que probablemente discurra independiente y críptico en su cabeza. Rumia imágenes que vuelven afuera en una digestión en la que se cocinó con aceite de linaza. Se trata de una repetición múltiple en la que agota las “pertinencias” a base de sutiles cambios de forma de pintar. En esta insistencia no solo se estructura un enunciado lineal sino una trama en que las piezas se encabalgan unas con otras para garantizar unas juntas perfectas. Esto no es otra cosa que la “mecánica” de pintar en la que no se pasa por alto ni el más mínimo gesto y ni la huella de éste. Además esta repetición no es “mecánica”, tiene una función de cierre, o más exactamente de laberinto. Los fragmentos repetidos son como los muros de un castillo, recordemos, donde se cocina con aceite de linaza.

En el relato se pueden adivinar los términos y éstos son bien diferenciados. Aparecen relativamente libres (se ofrecen a la alternativa, y por consiguiente, a la intriga), reductibles (el resumen) y expansibles (se pueden intercalar hasta el infinito elementos secundarios). De hecho los temas del relato son solamente la estructura ósea con una encarnadura alimentada, seguimos con lo mismo, a base de aceite de linaza.

Lo perfecto sería que el espectador se implicase tanto en el relato como en la repetición. Éste debería repetir lo que en cada uno le consuela, le traumatiza o le encanta. Vivir la anécdota identificándose con ella como si fuera un psicodrama.

Dejándose impactar, de esta manera, por la masa de deseos que se agita en las repeticiones, la fuerza inmediata de estos deseos se leería en la materialidad misma de los objetos, intuyéndose así una dimensión bastante precisa.

Esta es la pintura que proviene de la disección meticulosa de la memoria visual. La que está continuamente en conflicto con su forma de aparecer. La que en cada cuadro apunta a otra solución y no se conforma su existencia sino con su producción.


Abraham Lacalle
Sevilla, enero 2010




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